La COVID-19 es una enfermedad causada por un coronavirus conocido como síndrome respiratorio agudo severo o SARS-CoV-2 que se supo de su existencia el 31 de diciembre de 2019 en paciente que tenían neumonía viral en la ciudad de Wuhan, República Popular de China.
El 11 de marzo del 2020 la OMS declaró al COVID-19 una pandemia mundial.
Su periodo de incubación es de 5 días y tiene predilección por pacientes con obesidad, cáncer, enfermedad renal crónica, diabetes, hipertensión arterial y enfermedades cardiopulmonares donde pueden presentarse mayor riesgo de casos graves por COVID-19.
Los síntomas más habituales que se observan con esta infección son fiebre, tos seca, asfixia, palpitaciones, fatiga, dolor de cabeza, dolores musculares, náuseas, diarrea, pérdida del gusto y el olfato. Pueden presentar síntomas graves como falla respiratoria, eventos embólicos, compromiso cardíaco y daño renal.

La cereza del postre es que los síntomas del COVID-19 pueden persistir durante meses y originar lo que se ha llamado: COVID-19 prolongado que puede ser más notorio en los adultos mayores y con múltiples afecciones médicas graves.
Entre los hallazgos relevantes en la descripción de este síndrome se puede distinguir mareos, temblores, palpitaciones, depresión, ansiedad, dolor en el pecho, dolores musculares y la fatiga.

La fatiga post-viral persistente fue descrita inclusive en 21 trabajadores de la salud en 2003 en Toronto (Canadá) y en los estudios los síntomas más prevalentes eran fatiga, alteraciones del sueño, debilidad y dolor muscular
La fatiga post- COVID-19 es una respuesta del cuerpo a la lucha contra el intruso y puede persistir en más del 50% de la población luego de dos meses de la infección llevando a un desgaste físico y mental con las consecuencias de una discapacidad para sus funciones cognitivas y sociales.

En general la atención de la enfermedad por COVID-19 está enfocada en los síntomas agudos y por consecuente su recuperación. Sin embargo, muchos pacientes recuperados encaran trastornos físicos, psicológicos y cognitivos que puede durar más de 3 meses luego del inicio de la infección vírica. La fatiga es uno de los más debilitantes y persistentes que lleva a una disminución del rendimiento mental y físico. En estudios previos puede tener una prevalencia hasta un 72% como lo demuestran Tolba y colaboradores.

Se ha propuesto como factores que contribuyen a la fatiga por COVID-19 la inflamación de bajo grado, alteración del metabolismo en algunas zonas cerebrales y la disminución en la serotonina y la dopamina.
El estrés, la ansiedad, la angustia, la depresión y el miedo pueden exacerbar la fatiga que se acentúan con el aislamiento social.
A nivel periférico el musculo esquelético se puede afectar por la cascada inflamatoria de citoquinas con compromiso de las mitocondrias(organelos celulares donde se produce energía) llevando a debilidad, fatiga y dolor.
No podemos dejar a un lado la importancia que tiene las cargas laborales en quienes padecen fatiga post-COVID-19, reconociendo que a mayor tareas físicas y mentales podrían amplificarse la fatiga, inclusive el mismo medio ambiente con los cambios de temperatura y de humedad como lo describen en estudios publicados.
Es importante descartar patologías secundarias como anemia, diabetes, falla adrenal, menopausia, deficiencias de vitaminas como el complejo B y la vitamina D, problemas de la tiroides, apnea del sueño y compromiso cardíaco.

Para el manejo de la fatiga post-COVID-19 es importante el trabajo de un grupo multidisciplinario conformado por varios profesionales y especialidades para realizar una evaluación integral brindando las mejores alternativas y así recuperar la funcionalidad.

  • El ejercicio debe ser gradual, según la tolerancia física. Puede caminar en la casa, bajar y subir escaleras. Es importante evitar los deportes de alto impacto hasta que se recupere la energía central y periférica.
  • Comenzar sus actividades laborales lenta y progresivamente para evitar la niebla mental y exacerbación de la fatiga.
  • Respetar los biorritmos y horas de sueño para evitar desgaste de energía.
  • Promover una dieta adecuada y adaptada a cada paciente para disminuir la inflamación de bajo grado que produce el COVID-19. Te recomiendo el uso de verduras y frutas que contienen magnesio y zinc.
  • Con tu médico de confianza es importante relatar deficiencias de vitaminas y de hormonas.
  • Gestionar las emociones para relativizar los trastornos de ansiedad y evitar compromisos depresivos que pueden llevar a reforzar la fatiga. El uso de la meditación, el yoga son técnicas útiles para afrontar la fatiga.
  • El uso de medicamentos el médico quien conocerá tu caso

Estamos abriendo nuevas puertas y conocer que nos depara una infección que apenas esta en pañales y de la que hemos aprendido a valorar cada día, a reconocer la fragilidad del ser humano, a comprender que es la resiliencia y poder tejer entre todos una red para apoyarnos en lugar de aislarnos.